Cultura


Domingo 20 de noviembre de 2011

“Ficción al cuadrado” (El mapa y el territorio, de Michel Houellebecq)

Jorge Isusi*

Una de las prevenciones que suelen guiar las lecturas de quien esto escribe es la de guardarse de ciertos escritores que, en lugar de dejar que sus libros hablen por ellos, se empeñan en crearse un personaje ante la llamada “opinión pública.” (Que todos somos un poco actores en este mundo nadie lo duda; supongo que lo que a algunos nos echa para atrás es el gusto por la sobreactuación). Si a eso añadimos el escaso interés que siente uno por “estar al día” -lo cual, dice García Calvo, es “como estar al día de mañana, que se nos da ya fabricado”- casi podemos considerar un milagro que el libro que hoy proponemos cayera en estas manos. Milagro que, dicho sea de paso, se obró gracias a un intermediario con menos prejuicios que uno, su padre para ser más exactos.

Si a quienes hemos leído El mapa y el territorio, alguien nos preguntara “¿De qué trata?”, apenas sabríamos por dónde empezar. Porque, puestos a decir algo, vamos a ver: ¿de qué “va” realmente? ¿De arte contemporáneo? ¿De cámaras de fotos? ¿De marcas de coches? ¿De gastronomía? ¿De arquitectura? ¿De la Francia contemporánea? ¿De hombres y mujeres? ¿De padres e hijos? ¿De gente solitaria? ¿De eutanasia? ¿De violencia? ¿De dinero? ¿De Michel Houellebecq? Ante sumario semejante a cualquiera se le ocurre empezar a leer, ¿verdad? Y, sin embargo, Houellebecq (Saint-Pierre, isla de Reunión, 1958) ha demostrado que se puede hablar de todo eso y de bastante más en una sola novela. A condición, claro, de que se trate de una como ésta, es decir, excelente.

¿Pero qué es lo que hace de El mapa y el territorio una novela excelente? Tal vez algo tan poco concreto como el hecho de haber logrado representar con éxito una especie de nostalgia del presente. Y es que de alguna manera la novela consigue transmitir literariamente esa sensación de que las cosas van hoy tan rápido que en la práctica se ha abolido lo que solíamos llamar “ahora”. Como cuando miramos el paisaje desde la ventanilla de un tren, perece que en nuestra época sólo hubiera futuro y pasado, futuro que es ya pasado. Y, al fin y al cabo, un tiempo sin presente no sería otra cosa que un tiempo de ficción... Todo lo que se nos va contando en la novela, giros inesperados incluidos, nos asoma en el fondo a esa posibilidad: la de que el territorio, como en aquel cuento de Borges, no sea en realidad más que otro mapa.
Y por si las disquisiciones del párrafo anterior pudieran desalentar a alguien –ustedes sabrán perdonar, en ese caso, la pedantería-, digamos que la novela lo tiene todo para leerse de un tirón, con las únicas interrupciones a que fuercen, claro está, el sueño y las obligaciones del día. Contribuyen a ello el transparente estilo del narrador, los personajes (entre los que, por cierto, figura un tal Michel Houellebecq), la agilidad de los diálogos, los misterios de la trama y aun las digresiones, de una rara (por seria) trivialidad.

*Licenciado en Filología Hispánica y en Derecho por la Universidad de Deusto, Jorge Isusi da clases de Literatura Española para extranjeros en la Universidad Rey Juan Carlos I

Volver



Miércoles 12 de octubre de 2011

Para entendernos (Ingenuidad aprendida, de Javier Gomá)
Jorge Isusi*

El título del libro que hoy comentamos no es sólo un excelente reclamo para el lector que se pasea distraído por la sección de filosofía de una librería. El propio autor, Javier Gomá (Bilbao, 1965), lo explica en el prefacio: es también un método filosófico, un “grito de guerra” contra el nihilismo intelectual a que ha conducido la hiperlucidez del pensamiento contemporáneo. En una época “post-todo” como la nuestra, en la que el pesimismo reinante tiende a producir dos tipos de pensadores, a saber, los que piensan que hemos tocado techo y los que opinan que hemos tocado fondo, el discurso entusiasmado de Gomá, cuando menos, sorprende.
                Y conste que no pretende Gomá echar por tierra las conquistas que la historia de la filosofía ha ido haciendo a lo largo de los siglos -de ahí que su ingenuidad sea precisa y paradójicamente “aprendida”-. Ahora bien, desde el principio deja claro que lo que pretende es hacer filosofía y no historia, proponer nuevas ideas y no sólo ensalzar, criticar o desmontar las antiguas.
Gomá es partidario de una filosofía mundana, no alejada de las musas, que salga de las cátedras y de las revistas especializadas y se dirija al hombre común. Puesto que las sociedades democráticas modernas –experimento civilizatorio nunca antes realizado- están basadas en la igualdad y la finitud, es hora de abandonar, según él, el aristocratismo que ha inspirado buena parte del pensamiento filosófico desde Platón hasta nuestros días. “Filosofar es aprender a morir” decía una máxima de la Antigüedad clásica que nos recuerda Montaigne en sus Ensayos. “Vivir es aprender a ser mortal”, viene a decir Gomá, yendo más allá, en esta Ingenuidad aprendida, y ésa es una tarea que nos concierne a todos los habitantes de la polis si queremos elevarnos de la liberación a la emancipación y vivir así en concordia con nosotros mismos y con los demás.
El libro, que se compone en realidad de cuatro conferencias y tres colaboraciones literarias revisadas y adaptadas, casi puede leerse como un compendio del pensamiento de su autor hasta la fecha. En cualquier caso, la claridad y la originalidad de su escritura, demostradas ya en sus anteriores obras y en sus espléndidos artículos de prensa, consiguen con creces lo que, al fin y al cabo, todo libro de filosofía debería proponerse: dar que pensar.
*Licenciado en Filología Hispánica y en Derecho por la Universidad de Deusto, Jorge Isusi da clases de Literatura Española para extranjeros en la Universidad Rey Juan Carlos I


Sábado 13 de agosto de 2011

Una pequeña gran novela (El caballero y la muerte, de Leonardo Sciascia)
Jorge Isusi*


Aparte de muchas horas de placer –que es lo que, al fin y al cabo cuenta en esto de la literatura-, quienes hemos leído los libros de Leonardo Sciascia (Racalmuto, 1921 – Palermo, 1989) les debemos algunas cosas más. Con algunos de ellos –recordemos, entre otros, El teatro de la memoria, Puertas abiertas, La desaparición de Majorana- aprendimos que unos cuantos hechos verdaderos y, sobre todo, las crónicas que en su día recogieron esos hechos, pueden dar lugar a auténticas obras maestras de la narrativa. (Uno no deja de asombrarse, por cierto, ante algunos escritores españoles actuales que hablan de sus “relatos reales” –la expresión es poco afortunada- como de algo novedoso, cuando Sciascia ya hacía algo parecido y, si me permiten, más interesante, hace casi sesenta años. Él, con más modestia, claro, habría citado a sus amados Manzoni y Stendhal como precursores, pero, en fin.). También puede que debamos atribuir a Sciascia la invención o, cuando menos, la elevación a un género en sí mismo, de un cierto tipo de novela policíaca que, bien mirado, podríamos considerar aparte de todos los demás. Vuelvan ustedes sobre alguno de sus más célebres “giallos”, como A cada uno lo suyo, El contexto, o Todo modo y, cuando hayan llegado al punto final, se percatarán de que Sciascia se las ha ingeniado para dejar más o menos irresuelta la cuestión de los culpables sin por ello defraudar en absoluto las expectativas de sus lectores, antes bien todo lo contrario. Algo de esto último hay también en El caballero y la muerte, la novelita que hoy comentamos.
Escrita poco antes de la muerte de su autor -si bien no sería la última novela que éste publicaría en vida- El caballero y la muerte tiene algo de testamento literario. De hecho, casi podría leerse como un compendio en el que se acumulan, prácticamente sin excepción, los temas que preocuparon a Sciascia a lo largo de los años: los mecanismos del poder y del crimen, la posibilidad de la justicia, el paso del tiempo, la literatura y, también, cómo no –no olvidemos que Sciascia escribe el libro enfermo ya de cáncer-, la muerte.

Además de la falta de salud, Sciascia proyecta sobre el héroe de la novela (un vicecomisario de policía del que apenas conocemos su apodo: Vice), aspectos que cabría atribuir a su propia personalidad o, al menos, a la de su prosa. La serena ironía que encontramos a menudo en sus libros, su escéptica defensa de la razón frente al mal, su amor por las cosas hermosas, su permanente lucidez, quedan representadas de forma conmovedora en las palabras, los actos y los pensamientos del héroe a lo largo de toda la novela. Un héroe, como él, culto y fumador, entre cuyos máximos atractivos literarios -y esto es algo que está al alcance de muy pocos escritores- brilla la más sencilla de las virtudes: su honradez.
A pesar de su melancólica trama, hay mucha vida en las páginas de El caballero y la muerte y, en gran medida, ello se debe a unos diálogos magistrales, tan vívidos que de vez en cuando dan ganas de levantar la vista del libro para comprobar que, efectivamente, no están ocurriendo aquí y ahora.

*Licenciado en Filología Hispánica y en Derecho por la Universidad de Deusto, Jorge Isusi da clases de Literatura Española para extranjeros en la Universidad Rey Juan Carlos I

Volver


Miércoles 22 de junio de 2011

Amy Foster, "el otro" de Joseph Conrad
Jorge Isusi*

A menudo la afición a los libros va acompañada de otra, secundaria, desde luego, aunque -al menos en momentos de aburrimiento- casi tan socorrida como ella: la de organizar esos mismos libros en listas y antologías. Hagan memoria: ¿nunca se han entretenido ustedes pensando en “las diez mejores novelas de aventuras”, “en los cien mejores cuentos fantásticos”, en “los cinco mejores poemas de amor” que han leído? En cualquier caso, permítanme que juguemos por un momento a ese juego. Y díganme: si ahora mismo nos propusiéramos una antología de las mejores nouvelles, ese género, por cierto, que reconocemos al momento pero que nunca estamos completamente seguros de saber definir (¿novela corta?, ¿cuento largo?), ¿qué creen que ocurriría?
 Seguramente iríamos recordando ésta, aquélla, la de más allá, y cuando tuviéramos un puñado de buenas historias compiladas en la memoria, nos daríamos cuenta de que el nombre de Joseph Conrad figuraba al pie de no pocas de las mejores. Bastaría que nos acordáramos, entre otras, de La línea de sombra, de El duelo, de El corazón de las tinieblas, de La soga al cuello o de El copartícipe secreto. Pues bien, gracias a la editorial Alba, los antólogos por afición acabamos de encontrarnos la felicidad de poder añadir un título a esa lista: Amy Foster.
         Todo en esta historia nos recuerda a las mejores narraciones de Conrad: la forma en que un primer narrador irá dejando paso a otro, que será quien finalmente cuente los hechos que importan; una cierta morosidad en la presentación de esos mismos hechos; las progresivas revelaciones, propiciadas por detalles aparentemente poco importantes, como unas palabras pronunciadas a destiempo, el gesto y el color de una cara, el mero nombre de un niño…
         Como otras historias de Conrad, la que aquí se cuenta es terrible. Nada de lo que le ocurre a Yanko, ese hombre llegado a la costa este de Inglaterra desde otro mundo, dejará al lector indiferente. La crueldad con el otro, la barbarie que subyace a toda civilización, quedan representadas en toda su crudeza. Y aun así, no faltan motivos para la esperanza. ¿O sí?
          Tan vívida se hace la trama de Amy Foster en la imaginación del lector, que cuando leemos las últimas líneas y cerramos el libro, no podemos dejar de sentir, conmovidos, eso que el mismo Conrad exigía de su propia escritura: haber estado viendo a través de sus palabras. Por cierto que parte de ese mérito corresponde, en esta nueva versión en castellano, a la excelente traducción de Marta Salís.


*Licenciado en Filología Hispánica y en Derecho por la Universidad de Deusto, Jorge Isusi da clases de Literatura Española para extranjeros en la Universidad Rey Juan Carlos I






Sábado 28 de mayo de 2011
Hablar por escrito (Diarios (1999-2003), de Iñaki Uriarte)

Jorge Isusi*

Quien haya leído los diarios de Adolfo Bioy Casares tal vez recuerde una entrada en la que éste, no sin malicia, escribía: “A los lectores de Céline les gusta que les escriban a gritos.” Justa o injusta, la imagen es, cuando menos, sugerente. Y es que, a poco que lo pensemos, todos hemos tenido la experiencia de leer a ciertos escritores, grandes o pequeños, que de alguna manera escriben sus libros “en voz alta”. Pensemos, sin ir más lejos, en Dostoievski, en Unamuno, en Papini. Otros, más íntimos o quizá más tímidos, prefieren contar sus cosas “sin levantar demasiado la voz,” como quien hace una confidencia. Ahí tenemos a Montaigne, por ejemplo, o al mismo Bioy. A esta última estirpe de escritores pertenece, sin duda, Iñaki Uriarte (San Sebastián, 1946).

Pasear la vista por las páginas de estos Diarios, que cubren los años que van de 1999 a 2003, debe de ser lo más parecido a conversar tranquilamente con su autor. Cierto que en esta conversación sui generis sólo habla una de las partes y, además, consigo misma, pero lo hace con tal encanto literario que parecería que sus palabras están expresamente dirigidas a cada uno de los lectores.

Con una prosa clara, irónica, por momentos maliciosa, aparentemente sencilla y poco esforzada -léanse con atención la segunda y la última entrada del libro, harto reveladoras al respecto-, Uriarte nos trae y nos lleva de sus recuerdos de infancia de niño bien en San Sebastián a sus años de estudiante en La Comercial de Deusto, de sus opiniones sobre Bilbao y sobre la política del País Vasco a sus estancias veraniegas en Benidorm, de su trayectoria ideológica e intelectual a ciertos diálogos con sus seres queridos (y no tan queridos). Por el medio seremos testigos del poco aprecio de Uriarte por el trabajo, de su explícito desdén hacia las grandes palabras de nuestro tiempo, de su compromiso con la felicidad y los placeres tranquilos (incluido el tabaco) y, por supuesto, de sus lecturas, que ocupan un buen número de estas páginas. Porque ante todo Uriarte es un lector empedernido. Aquí las citas y los comentarios de autores predilectos como Montaigne, Proust, Borges, Kafka o Sánchez Ferlosio, por nombrar sólo algunos, se entretejen en las cosas de la vida cotidiana como lo que en realidad son: parte de esa misma vida.

Uno llega a la última página del libro, que se lee con una sonrisa en los labios de principio a fin, y no puede evitar sentir cierta pena, porque desearía que no acabara nunca. Casi dan ganas de llamar al autor y quedar con él para tomar algo y seguir charlando. Dado que ello no es posible, tendremos que contentarnos con releer de vez en cuando sus escritos, deseándole eso, sí, una larga vida. Por él mismo, por supuesto, pero también por nosotros, pues si la nota con que concluye el libro no miente, volveremos a oír de él los próximos años.

*Licenciado en Filología Hispánica y en Derecho por la Universidad de Deusto, Jorge Isusi da clases de Literatura Española para extranjeros en la Universidad Rey Juan Carlos I

Volver 



Martes 17 de mayo de 2011

Sangre a borbotones, de Rafael Reig

Jorge Isusi*

Ante una novela contemporánea en la que ocurran cosas, la crítica tenderá a fruncir el entrecejo: “¿Pero no habíamos quedado en que las tramas y las aventuras eran un recurso fácil, propio de best-sellers sin pretensiones literarias? Ah, ya. Que en el fondo no es más que un guiño cómplice al lector actual, que, por supuesto, no se cree nada de lo que lee. Claro, no puede ser otra cosa.” Y resulta que leemos esa novela y, oh, sorpresa, sí que puede ser otra cosa: puede llegar a darse la desusada circunstancia de que una novela actual se proponga contar algo y, además, lo consiga. 
Valga Sangre a borbotones, de Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963), como ejemplo.Y conste que, contra lo que pueda parecer en un principio, tampoco estamos ante una de esas novelas de peripecias sin peripecia (pace Quevedo, pace Joyce) cuyos autores parecen estar menos interesados en contar una historia que en que no dejemos de aplaudir cada una de sus ocurrencias verbales. Desde luego que hay en Sangre a borbotones parodia, ironía, disparate y hasta eso que hoy llaman metaliteratura, pero, sobre todo, hay unos personajes y unos hechos que nos divierten y nos conmueven.
¿Que casi todo lo que le ocurre al narrador y detective Carlos Clot es insólito, desmesurado? Por supuesto, pero, en cualquier caso, no mucho más que aquello que les sucedía a los miembros del club Pickwick o al príncipe Florizel de Bohemia. Y no me dirán que sus aventuras carecen  por ello de encanto, ¿verdad? .De la mano de Clot navegaremos –sí, navegaremos- por un Madrid futurista, cuyos habitantes se visten como en las novelas de Raymond Chandler, montan en bicicleta cuando tocan tierra y hablan el castellano típico de una película americana doblada. Y es que conviene no olvidar que nos movemos en una ciudad colonizada por los “anglos” tras la victoria del PC en unas lejanas elecciones...  Prepárese quien se anime a leer Sangre a borbotones: vivirá muchas cosas y ninguna aburrida. Los que ya la hemos leído no podemos sino agradecer a Lengua de Trapo que se haya decidido a reeditarla –en un formato muy agradable, dicho sea de paso- nueve años después de su aparición.

*Licenciado en Filología Hispánica y en Derecho por la Universidad de Deusto, Jorge Isusi da clases de Literatura Española para extranjeros en la Universidad Rey Juan Carlos I



Domingo 8 de mayo de 2011

Verba volant (Canciones y soliloquios, de Agustín García Calvo)

Jorge Isusi*

Que la poesía se hizo para los oídos y no para los ojos –como tendemos a pensar modernamente- es algo que Agustín García Calvo (Zamora, 1926) no se cansa de recordar allá donde puede desde hace más de cuarenta años. El mismo título del libro que hoy comentamos es una llamada a no dejar que sus palabras y sus ritmos queden recluidos en la mirada.

No en vano algunas de las “canciones” que en él se recogen fueron precisamente popularizadas por cantantes como Chicho Sánchez Ferlosio o Amancio Prada, que supieron ponerles voz y música de forma admirable. El mismo García Calvo, en el prólogo de 1976, año de aparición del libro, señala que el modo natural de ejecutar las “canciones” parece ser el de cantarse –o al menos, canturrearse, como diría seguramente hoy-, mientras que las piezas reunidas bajo el nombre de “soliloquios” tal vez se presten más a la recitación, a la manera de tiradas dramáticas.

Se disculpa García Calvo en ese mismo prólogo por la eventual falta de unidad de la recopilación, que abarca composiciones escritas a lo largo de más de treinta años, con la “demasiada variedad de técnicas y estilos” que ello podría acarrear. Nosotros no podemos sino celebrar esa variedad, que a menudo nos sorprende, sí, pero que en todo caso nos arrastra a cantar con emoción las perplejidades del lenguaje, del Amor, de la mañana y de la tarde, de ti, de mí, de Dios y de nadie.

Y en la memoria, mientras poco a poco vayamos escandiendo las 138 canciones y los 136 soliloquios del libro, irán renovándose los primeros versos de la canción primera que, a modo de frontispicio, figura en la primera página del libro:

                                     Sólo de lo negado canta el hombre,

                                     sólo de lo perdido,

                                     sólo de la añoranza

                                     siempre de lo mismo.

 
Una última advertencia al desocupado lector:Si estas pocas líneas que ahora lees en silencio logran su cometido o, sencillamente, por un aventurado azar, cae en tus manos un ejemplar de estas primeras Canciones y soliloquios, hubo unas  Más, olvida por un momento el silencio en el que normalmente lees y levanta la voz para lanzar al aire una y otra vez los versos que contiene. Así les harás (y te harás) justicia. Porque de una cosa puedes estar seguro: esos versos no se escribieron para ser contemplados, sino para hacerlos volar del papel a tus oídos.

*Licenciado en Filología Hispánica y en Derecho por la Universidad de Deusto, Jorge Isusi da clases de Literatura Española para extranjeros en la Universidad Rey Juan Carlos I

Volver



Domingo 1 de mayo de 2011


No tengas miedo, al servicio de la sociedad
G.Garteiz

La película No tengas miedo demuestra, una vez más, la poderosa capacidad que tiene el cine para instruir y también para denunciar. Su director Montxo Armendariz ha entrado en un terreno tabú, la tolerancia social y, lo que es peor, familiar del abuso incestuoso sobre los niños y adolescentes, mostrando un espanto que se repite en demasía. Estudios estadísticos realizados en España cifran en un 20% el porcentaje de niños que sufren abusos sexuales en mayor o menor grado, casi siempre con un varón como protagonista abusador. A destacar el gran apoyo de entidades públicas a la productora para financiar una película de la que ojalá no se aleje el gran público, que "prefiere no ver estas historias".
Sin embargo, convendría exhibirla en los colegios e institutos de este país para alentar a las víctimas a denunciar estos casos, que son además delitos, y ayudarles a superar el trauma, enseñándoles que no están solos. La película es muy oportuna también para sensibilizar a la sociedad sobre la gravedad de la ola de pedofilia que invade las sociedades más civilizadas. El pedófilo parece haber perdido cualquier sentimiento de culpa y se organiza orgullosamente en redes que han encontrado en internet un vehículo de transmisión de sus experiencias.
Armendariz, buen conocedor de las miserias que conlleva muchas veces el ambiente familiar, un hábitat en más ocasiones de lo deseable mucho más peligroso que la calle, aborda con gran sensibilidad el sufrimiento de la víctima, su encierro en la soledad, el autismo emocional derivado de la agresión constante y continua, y utiliza meritoriamente elipsis clamorosas para conseguir que el espectador soporte muy bien el turbio envite. En nigún momento la película desagrada, todo en ella es veraz, y nadie puede acusar de forceps ideológico el elegido ambiente de bienestar burgués del drama.
Un gran acierto de guión es el papel que se otorga a la música, en este caso no para amainar a las fieras, sino como alivio para la víctima y empáticamente también para el espectador. La realidad que nos presenta el cineasta navarro es auténtica, fortalecida en el guión con una formulación documental didáctica, y sin fisuras, gracias a la excelente dirección de actores, que brillan incluso en los papeles más secundarios.
Prodigiosa interpretación de Michelle Jenner en el papel de Silvia, la protagonista. Jenner será sin duda una gran contendiente a los premios para actrices de este año. Brutalmente comedido Lluis Homar encabeza el resto de actores que ofrecen un trabajo profesional de altísimo voltaje sentimental: Belén Rueda, Nuria Gago, Cristina Plazas y Javier Pereira, son los principales secundarios.
Armendariz incrementa así su merecido prestigio de cineasta , aunque  nunca haya conseguido el goya a la mejor dirección, con gran capacidad poética para desnudar los sentimientos, y que ya despuntó en su opera prima Tasio,  consiguiendo luego obras muy notorias, Historias del Krone y Secretos del Corazón entre otras.







Sábado 30 de abril de 2011

DELICIAS HUNGARAS Y CERDOS LANUDOS

Pablo Orúe

Budapest tiene muchos atractivos y muchas curiosidades y secretos por descubrir. Uno de ellos, con independencia de sus museos, sus baños, su arquitectura “secesionista”, etc, es un producto gastronomico con reminiscencias ibéricas: el lanudo cerdo mangalica, una especie singular por su manto, que también se cria en España.

Como no podía ser de otro modo, por su situación estratégica de puerta de Oriente y su convulso pasado de guerras y dominaciones diversas, entre ellas la muy larga e influyente dominación turca, Budapest guarda para el visitante curioso resonancias exóticas y aspectos culturales de interés que la hacen diferente.

La lista sería muy larga, aunque probablemente una de las singularidades a destacar son los ejemplos que quedan, en muy diferentes campos culturales, del movimiento artístico denominado Secesión . Este movimiento se produce con el cambio de siglo (del XIX al XX) en el ámbito del Imperio Austro-Húngaro, y es una reacción al conservadurismo imperante, una bocanada de aire fresco y libertad expresiva, coetáneo y similar al Art Nouveau francés o al Modernismo español.

Budapest guarda muestras de mucho interés de este movimiento en su arquitectura, como es el caso del soberbio edificio Gresham, situado junto al Puente de las Cadenas, hoy en día un hotel de lujo, o muchos otros buenos ejemplos en las amplias avenidas, con reminiscencias parisinas, de Pest. Tampoco hay que perderse la colorista obra pictórica adscrita al movimiento secesionista que alberga la Galería Nacional de Hungría, con pinturas de Josef Rippl-Ronai, Karoly Ferenczy, y otros miembros del círculo del Gresham, no muy lejanos en el tiempo ni en el estilo a los Sorolla, Sala, etc.

Pero no es la arquitectura, ni la pintura, el objeto de estas lineas, aunque solo por ellas merezca la pena la visita a la capital húngara, sino una curiosidad de la ganadería y la contundente gastronomía húngara, que también demuestra su herencia oriental en sus sabrosos guisos de carne de todo tipo, a los que aderezan con pimentón, picantes, y muchas veces salsas agrias de yogur o nata, no muy lejanos en su concepción a un buen curry de carne. Lo que verdaderamente nos llamó la atención, por su originalidad y conexión con España, fue el cerdo húngaro. Pertenece a una raza llamada mangalica, que comparte orígenes con el cerdo ibérico y que, por causa del frío estepario, además de una gruesa capa de tocino, está cubierto de… ¡lana! Aunque esto de los cerdos lanudos parezca una broma, no hace falta viajar fuera de nuestras fronteras para admirarlos y degustarlos. En Segovia, sin ir más lejos, en el restaurante Los Mellizos de Carbonero el Mayor, la carta ofrece «presa de cerdo mangalica». Ante la sorpresa de La Celosía nos explicaron que efectivamente se trataba de carne de cerdo lanudo de origen húngaro, que algunos criadores han introducido en la cabaña segoviana.

Volver



Martes 19 de abril de 2011

El hombre vivo, un vendaval de Chesterton
Jorge Isusi*

En algún lugar de su vastísima obra ensayística, el autor de la novela que hoy presentamos mostraba su perplejidad ante una extendida creencia: aquélla según la cual tocar el corazón consiste exclusivamente en moverlo a compasión o tristeza. “El corazón puede ser tocado por la alegría y el triunfo; el corazón puede ser movido a diversión”, decía en aquel texto.
Pues bien, valga El hombre vivo, novela con la que G.K. Chesterton (Londres, 1874 - Beaconsfield, 1936) consigue mover y remover corazones y conciencias por la vía de la exaltación y el entusiasmo, como perfecto botón de muestra. Y es que, al fin y al cabo, no estamos sino ante una invitación literaria a hacernos como niños. Aunque, bien mirada,  la palabra "invitación" sugiere unos modales y una delicadeza que el narrador de esta pequeña aventura está muy lejos de practicar. 
Más que invitarnos a abandonar nuestra rutina de adultos serios y respetables, su historia pretende arrebatarnos sin rodeos de ella y devolvernos al jardín de infancia a fuerza de inocencia y desconcierto.Porque es precisamente la inocencia de Innocent Smith la que siembra el desconcierto allá donde va. Su extraña personalidad, como el vendaval que en el primer capítulo del libro lo lleva a la Casa Beacon, no tardará en poner patas arriba la vida y, sobre todo, la visión de la vida, de sus amodorrados huéspedes.
Pero, ay, la pura inocencia, la alegría de vivir encarnada por Smith en el Londres de 1912, no está libre de sospecha y puede representar un auténtico peligro para la sociedad: es una alegoría andante, un balbuceo aparentemente irracional que choca contra la costumbre, contra la fe ciega en la lógica y la ciencia, y, especialmente, contra el cinismo, ese mal que, por cierto, no parece haber retrocedido en las sociedades europeas desde la publicación de El hombre vivo, sino más bien todo lo contrario (¿cuánta gente parece hoy estar de vuelta de todo sin siquiera haber ido antes?.
Por todo ello, Smith, cómo no, habrá de ser juzgado –no por nada se lo acusa de robo, asesinato, abandono del hogar y bigamia-, eso sí, por un peculiar tribunal doméstico (¿una nueva vuelta al cuarto de jugar?) ante el que la defensa, representada por un antiguo cínico converso a la alegría y un científico gris y apocado que ya no lo parece tanto, irá desbaratando uno a uno los contundentes argumentos de la acusación. Todo ello, como cabía esperar, con el gusto por la paradoja y por el humor absurdo habitual en Chesterton, unido en esta ocasión a una audacia narrativa que no parece tener límite.
No se arrepentirá quien decida empezar a leer El hombre vivo y, una vez empezada, continúe su lectura hasta el final a pesar del desconcierto y el estupor que puedan causarle algunas de sus páginas. A poco que se deje arrastrar por su espíritu, terminará por reconocer con gozo que dichas páginas fueron escritas para combatir su tedio, y no sólo el literario.
*Licenciado en Filología Hispánica y en Derecho por la Universidad de Deusto, Jorge Isusi da clases de Literatura Española para extranjeros en la Universidad Rey Juan Carlos I.
Volver




Sábado 26 de marzo de 2011

Virginibus Puerisque y otros ensayos, de R.L. Stevenson

Jorge Isusi*

Robert Louis Stevenson (Edimburgo, 1850 -Vailima, Samoa, 1894) es uno de esos escritores tocados por los dioses –podríamos pensar en Cervantes, en Swift, en Melville- cuyos libros habitan de tal modo en la vida y la imaginación de la gente que han llegado a hacer olvidar a muchos el nombre de quien un día los escribió. De hecho, no son pocas las ocasiones en que los devotos lectores de Stevenson, al hablar de él o recomendar sus obras a los amigos, nos vemos en la obligación de recordar que dos de las novelas más emblemáticas de la segunda mitad del XIX, dos auténticos mitos modernos como La Isla del Tesoro y El Extraño caso del Dr Jekill y Mr Hyde, se los debemos a su pluma.

Suele sorprender también a quienes únicamente conocen sus cuentos y sus novelas, extraordinarios casi sin excepción, que Stevenson se estrenara en el panorama literario con libros ajenos a la ficción narrativa. Y es que hay que recordar que sus primeras publicaciones fueron, contrariamente a lo que podría pensarse de la trayectoria de un fabulador nato como él, libros de viajes y ensayos. A éste último género, el mismo que antes que él cultivaron, entre otros, Montaigne, Addison, Lamb o Hazlitt –un género que, dicho sea de paso, nada tiene que ver con la vieja estirpe del tratado que hoy se nos vende bajo el mismo rótulo-, pertenecen los textos que se incluyen en el volumen que hoy comentamos.

Uno lee estos ensayos y no puede evitar imaginarse estar oyendo al joven Stevenson (apenas tenía veinticinco años cuando los escribió) al calor de un hogar, con una copa de vino en la mano y una sonrisa en los labios. El tono conversacional, el encanto con que estas páginas se escribieron, consiguen divertirnos y conmovernos hasta el punto de reconciliarnos con la vida. A lo largo de su lectura, nos descubriremos asintiendo unas veces con la cabeza, negando otras; pero de una cosa podemos estar seguros: el orador se ha impuesto la prohibición de no aburrir a su auditorio. Como los grandes conversadores, gracias a una prosa chispeante, a ratos romántica, a ratos irónica, Stevenson logra crear en nosotros la ilusión de ser más inteligentes y quién sabe si no hasta mejores de lo que en realidad somos.

“No hago nada sin alegría” escribió Michel de Montaigne en uno de sus ensayos más conocidos. Esa misma frase podría haber figurado como lema en todos y cada uno de los libros que Stevenson nos dejó. En efecto, si hay algo que comparten los textos de Virginibus puerisque y otros ensayos -ya se hable en ellos del amor y del matrimonio (o de su perspectiva, temida y deseada a partes iguales), de la injustamente denostada casta de los ociosos, de la eterna batalla entre generaciones, de los placeres del contacto directo con la naturaleza, de los recuerdos de un tiempo perdido o de cualquiera de los múltiples asuntos que en ellos se abordan-, es una suerte de alegría de vivir que los acompaña de principio a fin y que no desfallece nunca. No en vano hablamos de la literatura de un hombre que, habiendo pasado buena parte de su vida sometido a los rigores de la tuberculosis que acabaría matándolo, dejó escrito en un famoso verso: Glad did I live and gladly die.

Al menos mientras dure la gozosa lectura de estos ensayos, el contagio de esa alegría en el lector está asegurado. Y si éste es primerizo, no será raro que al llegar a las últimas líneas del libro se vea tentado de pensar con tristeza que nunca volverá a leer nada parecido por primera vez. Para cuando eso ocurra, puede que, con suerte, aún resuenen en sus oídos las palabras de cierta frase que, contra su melancólica vanidad de lector, habrá visto escrita en uno de los ensayos: “Los libros están bien en su estilo, pero son un pálido sustituto de la vida.”

*Licenciado en Filología Hispánica y en Derecho por la Universidad de Deusto, Jorge Isusi da clases de Literatura Española para extranjeros en la Universidad Rey Juan Carlos I.

Volver



Lunes 14 de marzo de 2011


"Job", de Julio Trebolle y Susana Pottecher
Jorge Isusi*

Hay libros que perduran en el tiempo por la belleza, por la autenticidad o por la inteligencia que hallamos en sus páginas. Otros consiguen pasar de generación en generación gracias a otro aspecto que quizá trascienda esas virtudes: su carácter enigmático. El poema de Parménides, los Evangelios, ciertos dramas de Shakespeare, Alicia en el País de las Maravillas o las narraciones de Kafka, por citar sólo unos pocos ejemplos, deben en buena medida la fascinación que provocan en nosotros a ese mismo rasgo. ¿Qué decir del libro que hoy nos ocupa, el Libro de Job, cuyos interrogantes interpelan al mundo sin interrupción desde hace más de veinticuatro siglos?.Julio Trebolle y Susana Pottecher se han propuesto –y a juicio de este lector, lo han conseguido- presentar el enigma de Job a los lectores contemporáneos de manera que los eventuales recelos –o, lo que es peor, la mera indiferencia- hacia los textos sagrados queden a un lado, y se decidan a su lectura con el entusiasmo del aventurero que se lanza a explorar un terreno cambiante nunca del todo conocido.Al sentimiento y la precisión de una nueva traducción anotada del texto hebreo, Trebolle y Pottecher han añadido un conjunto interesantísimo de apuntes acerca del Libro, sus personajes, sus géneros, su origen, su influencia religiosa, filosófica y literaria a través de los siglos, las innumerables interpretaciones a que ha dado lugar desde su incorporación al canon de la Biblia hebrea, y demás circunstancias y vicisitudes que, explicadas con el rigor propio de dos expertos en la materia y redactadas en una prosa clara y elegante, contribuyen de forma admirable a la comprensión de una obra cuyo misterio no ha dejado aún de hablarnos.Y no ha dejado de hacerlo porque, al igual que Job, todos nosotros, creyentes y no creyentes, miramos de vez en cuando al cielo para pedir explicaciones ante el sufrimiento de los justos; todos hemos pretendido consolarnos alguna vez con la doctrina de la retribución que subyace a los discursos de Elifaz, Bildad, Sofar y Elihú; todos hemos sentido y sentimos con Job, pero también con Yaveh (decía Chesterton que éste responde al escepticismo de Job con un escepticismo aún mayor), que la razón choca con Behemot y con el Leviatán, y que tal vez no haya explicación en este mundo para el Mal, acaso tampoco para el Bien.No quisiera concluir esta reseña sin haber hablado, siquiera brevemente, del aspecto exterior del libro, que, por fortuna para quienes todavía amamos estos objetos, no desmerece de su interior. Por cierto que es de agradecer a la editorial Trotta el cuidado físico de los libros que publica. En la portada de éste, sobre un fondo negro, luce uno de los extraordinarios grabados que William Blake dedicó al Libro de Job. No se me ocurre una elección mejor para invitar a su lectura.

*Licenciado en Filología Hispánica y en Derecho por la Universidad de Deusto, Jorge Isusi da clases de Literatura Española para extranjeros en la Universidad Rey Juan Carlos I.
Volver        




Sábado 12 de marzo de 2011


La última de Tavernier, también recomendable
G.Garteiz

Había leído algunas críticas a la última película en pantalla de Bertrand Tavernier y los autores de las reseñas mostraban cierta decepción por el resultado final. Me da la sensación, tras  ver "En el centro de la tormenta", que habían puesto el listón muy alto por ser Tavernier, y considero no obstante que, sin conseguir una pieza maestra, satisface notablemente al espectador. La película no es de encargo sino que soporta la ambición del cineasta francés muy galardonado, de gran talento y  que afronta por primera vez un rodaje y una producción estadounidense, dentro del género de cine negro. Rodada muy intencionadamente en un espacio de irrealidad como es la Luisiana deshonrada por la corrupción y la falta de compasión de las elites políticas y económicas con sus gentes, todavía indómitas, alimentadas de su música y de lo que les pueda conceder una naturaleza fiera e inmisericorde, a la espera de alguien que la redima.
Tavernier juega con esa figura del redentor, que combata la maldad y doblegue el racismo sureño, que no pudo hacerse realidad tras la guerra civil estadounidense y que es en la película el inspector de policía Dave Robicheaux, el personaje protagonista de las novelas negras de James Lee Burke, encarnado por Tommy Lee Jones en un papel inolvidable para las escuelas de actores.
Violentado en su trayectoria vital por la brutalidad del entorno cuando era niño, la enajenación sufrida en Vietnam y el alcohol elegido como válvula de escape, Dave se sobrepone a su pasado con el magisterio moral de un soñado general del éjercito sureño, que le reafirma en el valor de mantener los principios de la fraternidad, la igualdad y solidaridad, justicia sin más,  aquellos valores que la revolución francesa también llevó a América.
La película salva por los pelos la credibilidad frente a un guión muy complejo , en el que la historia contada resulta mucho más fácil en narración literaria (la novela es In the electric  mist with confederate dead) que fílmica. La mujer se asoma como la gran esperanza para la consecución de un cambio en la conducta social machista, violenta y de conquista que impera socialmente.Aunque representada en varios arquetipos, es Bootsie, la radiante y espléndida Mary Steenburgen, configurada como el ancla del tiernamente furibundo Robicheaux. Un montaje excelente y mucho trabajo escénico, además de la naturalidad que expresan todos sus actores, con papeles morales memorablemente remarcados en el caso de John Goodman y Peter Sarsgaard, dotan a la película de la textura de cine negro tan difícil de conseguir, por inacostumbrado, en alta definición.
Sin duda, recomendable
Volver





Sábado 5 de marzo de 2011



Pa Negre, valiosa instrucción sentimental 
G.Garteiz

Merece la pena ver Pa Negre con ocasión de su segunda vuelta en las pantallas; confiemos que esta vez le acompañe el éxito de audiencia tras los nueve premios Goya conseguidos, para los cuales ha hecho méritos indiscutibles. Pa Negre es una película brutal aliviada tras pasarla por el tamiz cinematográfico afrancesado de su director Agustí Villaronga, quien lleva esa crueldad al límite visualmente tolerable. Basada en una novela (y en otros retazos literarios) de Emili Teixidor, un escritor trabajado en la literatura infantil y juvenil,  tiene el gran mérito de contar una historia en la que todos pierden y nadie es bueno una vez  arrancada la inocencia de la infancia, uno de los elementos instructivos de esta película, de la cual nos podemos sentir orgullosos como ciudadanos de que haya sido producida por varias televisiones públicas estatales.
La historia se enmarca temporalmente en el periodo inmediato de posguerra civil, pero no es en absoluto una película de la guerra civil. Es una tragedia fraticida de vencidos, de revanchas sin excepción, de odios, sin perdón, pero que se desarrolla entre payeses en una aldea bucólica de Cataluña. Villaronga instruye a la griega sobre la condición humana (amor, codicia, celos…),  sin alma nacional alguna, sólo ángeles y demonios.
El mundo rural como metáfora de la crueldad necesita ser recreado más a menudo con el fin de despertar del sueño romántico, de no equivocar las prístinas aguas del bosque con la miseria moral de los gnomos que lo habitan.
La película acierta en su sobriedad musical, que apenas perfila el  aleteo de los pájaros o la pisada en la hojarasca, apostando por una sonoridad que acompañe a los ruidos :cierres, pasos, griteríos, que acompasan la acción. La dirección maestra de Villaronga, con un secuencia de arranque de las mejores del cine español,  contrasta  la civilización cínica burguesa urbana, representada por la familia caricaturizada de Igualada, con el idealismo totalitario del payés. Triunfa el desencanto, y sólo hay un halo de esperanza en la cultura, en la instrucción, aunque sea la de los Escolapios. El único camino para transitar sin miedos, moralmente bien ejemplarizados en esta ocasión: el ataque a los homosexuales y las citas a la fiesta de Matajudíos, hacia un mundo utópico, sin mentiras.
Otro gran mérito del director es la magnífica interpretación de los actores catalanes con registros muy variados, siempre bordados, con especial mención para los galardonados Francesc Colomer, el niño Albert,  Nora Navas, en el papel de madre coraje, la enajenada Laia Marull y la amorosa Marina Comas. La película no hubiera sido redonda sin el excelente trabajo de la también galardonada Ana Alvargonzález y la textura fotográfica del mexicano Antonio Riestra.




Miércoles 2 de marzo de 2011

Una larga espera
"El desierto de los tártaros"  Dino Buzzatti

Jorge Isusi*

¿Cuántas novelas del siglo XX pretendieron atrapar la esencia de aquello de lo que, según Borges, estamos hechos: el tiempo? ¿Cuántas de entre ellas lograron, como El desierto de los tártaros, de Dino Buzzatti (Belluno, 1906 - Milán, 1972), transformar en verdadera belleza tal empeño? Uno no puede dejar de hacerse preguntas como éstas mientras lee esta espléndida novela. Pero no nos engañemos: si queremos ser fieles a su espíritu, más valdrá que dejemos las grandes palabras a un lado para ensillar también nosotros nuestro caballo y poder así cabalgar junto al teniente Drogo hasta la Fortaleza Bastiani.

Traspasar con Drogo (y con el capitán Ortiz) sus umbrales será entrar para siempre en un reino que es y no es de este mundo. Allí nos aguarda una fría y austera habitación, primero temporal, pronto definitiva; el trato rutinario con los otros oficiales; la fascinante arquitectura de una construcción que no es fea pero tampoco hermosa; los complejos cambios de guardia en el Reducto Nuevo; el viento helado del septentrión que todos los inviernos trae consigo la nieve y, a veces, también la muerte; los días que pasan iguales unos a otros; los meses, los años... Y allí, justo allí, mirando precisamente al norte, el desierto, que se despliega hacia el horizonte hasta confundirse con él; y con el desierto, la eterna amenaza de que un día aparezcan en la lejanía los tártaros. Pero, ¿acaso no se trataba de una mera leyenda? ¿De veras hay todavía quien cree que la Fortaleza pueda ser atacada algún día por el enemigo? En efecto, Giovanni Drogo, que ha renunciado a la vida por ella, no pierde la esperanza de que ese día, el día en que la batalla culmine tan larga espera, llegue al fin.

Hasta entonces nosotros, lectores, transformados en auténticos compañeros de armas del héroe, esperaremos y seguiremos esperando con él a través de la prosa sencilla, casi transparente, de Dino Buzzatti, que con la publicación en 1940 de El desierto de los tártaros alcanzó una de las más altas cimas narrativas de la literatura del siglo pasado.

*Licenciado en Filología Hispánica y en Derecho por la Universidad de Deusto, Jorge Isusi da clases de Literatura Española para extranjeros en la Universidad Rey Juan Carlos I.

Domingo, 27 de febrero de 2011




"Bueno para comer"

Pablo Orue
Utilizamos el título en español de la obra "Good to eat" del antropólogo americano Marvin Harris para titular este artículo sobre la influencia que tiene la cultura en la alimentación, uno de los principales temas de Harris, figura señera del materialismo cultural, y las filias y fobias que despierta un alimento tan sencillo en principio como el queso, para finalmente presentar a un ilustre desconocido que para muchos pasa por ser el rey de los quesos franceses: el borgoñés Époisses.

La presencia del queso en la dieta occidental ha tenido siempre una importancia fundamental, convirtiéndose muchas veces en el suplemento de una comida pobre o de bajo poder energético. Para comprobarlo sólo hace falta acudir a tradicionales fórmulas populares como el ploughman's lunch británico, o el castizo almuerzo equivalente a base de cebolla, el mendrugo de pan y el cascajo de queso de los pastores castellanos, sin mencionar su omnipresencia en la cocina popular italiana o en la tradición centroeuropea y de los países bajos. Sin embargo el queso no ha tenido curiosamente ni esa trascendencia, ni esa presencia en otras culturas, fundamentalmente orientales, como la china, la japonesa o la india, donde los lácteos, y sobre todo sus derivados, a excepción de la leche materna en los lactantes, brillan por su ausencia.

Esta intolerancia que tiene base fisiológica y cultural, que hemos importado en cierta medida en los últimos años en occidente, no se sabe bien si por sesudos estudios dietéticos que relacionan la ingesta láctea con potenciales tumores o por la labor de los lobbies que trabajan para los grandes países productores de soja y sus enormes excedentes de producción, está estudiada con amenísima profundidad por Marvin Harris, en la obra ya citada y en su otro popular ensayo publicado en español por Alianza, "Vacas, cerdos, guerras y brujas"  donde explica, entre otras muchísimas cosas de interés, cómo la selección cultural de los alimentos se realiza en función de la ecuación coste/beneficio y que la arbitrariedad cultural se entiende en función de la ecología y la disponibilidad de las proteínas en un determinado ambiente para un grupo determinado.

De ahí nacen los tabúes: el consumo de cerdo para los musulmanes, el de vaca para los hindúes, la ingesta de insectos, la carne de perro o caballo, y hasta la antropofagia. Manjares suculentos (y prohibitivos) como las angulas no son una buena elección si tenemos invitados extranjeros en nuestra mesa.

En este contexto entra el queso de lleno. Es significativo que un producto tan común entre nosotros no suela dejar a nadie indiferente; por lo general o levanta grandes adhesiones o bien suele producir rechazo. No hay tintas medias. En algunas culturas beber un simple vaso de leche puede ser tan repulsivo como para nosotros beber un trago de orina. Pero si no tenemos una alergia declarada a la lactosa, que por cierto es una de las muchas alergias alimentarias que sorprendentemente va in crescendo entre la población occidental en los últimos años, no hay por qué privarse, con moderación pues objetivamente es un alimento que puede resultar pesado, de lo que en nuestra sociedad desarrollada ya no es un suplemento a una mala comida sino el complemento de una buena mesa.

La tradición francesa de la tabla de quesos tratada como un plato, muchas veces servido con ensalada verde, no la tenemos en España pero hace ya décadas que el nivel económico y cultural, la pertenencia a Europa, y las multinacionales de la distribución y la alimentación, han hecho que se popularicen en nuestras mesas los Camenbert, Brie, Roquefort, y muchos otros.

Aunque no así el Époisses de Borgoña que hoy presenta La Celosía, un queso cilíndrico de color anaranjado, elaborado con leche cruda de vaca, con un 50% de materia grasa. Se elabora de manera artesanal y su corteza se lava varias veces, las últimas con una mezcla de agua de lluvia y Marc de Borgoña, un aguardiente de uva local, de sabor fuerte y a veces especiado. Esto le aporta un aroma penetrante y hace que, tras una maduración de un par de meses, ya esté listo para que su pasta untuosa se funda en la boca desprendiendo un verdadero abanico de sabores.Aunque hay datos que avalan que ya se elaboraba en el siglo XVI, lo cierto es que no ha tenido el reconocimiento de "denominación de origen controlada" (AOC) hasta 1991.Y si como De Gaulle, se siente sobrepasado por la dificultad de gobernar un país, en este caso todo un mundo, con mil quesos, La Celosía le recomienda, si está interesado, paciencia y dedicación la web affineurdefromage.

Bon appétit!

Volver

Viernes, 4 de febrero de 2011

Coixet reclama al Cine más honestidad cultural y menos confort

G. Garteiz

La directora de cine Isabel Coixet ha escrito un artículo de opinión en el diario El País, sección del periódico en donde siempre brilla con luz propia Jesús Mota, mi maestro en el oficio periodístico, virtuoso de la pluma, e ilustre connaisseur del lenguaje cinematográfico.

Bajo el título “Si estás muerto, ¿por qué bailas?, la catalana escribe ,con voluntad o inconscientemente,  para sacudir los cimientos de la razón que guía a muchos de quienes trabajan en y para el todavía llamado Séptimo Arte.

La gran aportación de esta intelectual, que ha destacado como realizadora de spots publicitarios mucho antes de hacer cine minoritario, en el citado artículo es su afirmación de que el cine ha dejado de ser “sagrado”, justificándola por la constatación del abandono masivo de los espectadores de las salas oscuras  similar en su brutal caída a la sufrida por la Iglesia, en la afluencia de feligreses a la casa del Padre.Subraya Coixet que las nuevas generaciones ya nacidas entre imágenes no necesitan sentarse en la butaca de la sala como si fuera un diván de sicoanalista, en el que recibir un alimento espiritual reparador de la psique.

“La comunión con la pantalla que excluía al mundo exterior y permitía al espectador una experiencia personal intransferible y fuera el tiempo, está agonizando”, asegura. Es el fin de la historia fílmica con un salto hacia lo inmaterial, menos salas y más píxeles.El espectador actual ha abandonado el intimismo, los silencios que abren las compuertas emocionales y encara con modales y comportamientos, incluso groseros, el bombardeo lumínico de la pantalla, tamizándolo como en un videojuego.

“El espectador de hoy, mientras ve una película en su ordenador, come, fuma, twitea, contesta correos, cuelga comentarios en los muros de los amigos. Así son las cosas”, afirma la catalana, quien considera natural que esta banalización elimina cualquier freno moral a las descargas de los internautas. 

No sí si por azar o adrede, El País incluía en la página anterior al artículo de Coixet, otro obús de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, azote de los talibanes de la propiedad intelectual, que da un palo a la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, a quien aconseja que se dedique a la cultura y no a la propiedad intelectual ni a la industria cultural, necesitada de una reconversión, que debería impulsar el Ministerio de Industria.Voviendo a Coixet hay que agradecerle también su sinceridad en asumir que el Cine ha perdido la gran influencia que tuvo como herramienta de persuasión e influencia en la sociedad.

Para afrontar la confusión y combatir los temores de los cineastas ante el caos que surge en cualquier revolución, y la tecnológica permite a cualquier ciudadano actuar de explosivo (véase lo acontecido en las revueltas del mundo árabe), la autora de La vida secreta de las palabras, recomienda “arriesgar, experimentar, poner lo mejor que cada uno tiene sin tener el ojo puesto en la taquilla, el prestigio o la vanidad”, y hay que filmar bajo la guía de la convicción, en cualquier formato,  “con o sin dinero”, documentales, microrrelatos, largos, cortos, para cualquier canal.

Coixet no echa la culpa al maestro armero. Ahora que el cine ha dejado de ser algo muy caro de hacer y de distribuir gracias al desarrollo tecnológico, y a pesar de su estado crítico, la realizadora considera que hay que actuar con honestidad intelectual y un “deber construir un punto de vista sobre la realidad, saber donde está, empaparse de las cosas que pasan y empeñarse en ser lo más libre que pueda”. 

Volver

Lunes 31 de enero de 2011

DEJATE ATRAPAR POR BENJAMIN MALAUSSÈNE

Pablo Orue

¿Qué quién es Benjamín Malaussène? Muchos lectores dirán que “a buenas horas mangas verdes” pues Monsieur Malaussène nació hace ya más un cuarto de siglo, de la pluma de Daniel Pennac, escritor francés nacido en Casablanca, exprofesor de instituto y mal estudiante en su infancia, según sus propias palabras, más conocido por ser autor de literatura infantil y singular ensayista, con obras como Mal de escuela y Como una novela.
Pero a quienes no hayan oído hablar todavía de las encantadoras, refrescantes e iconoclastas novelas de la saga del Sr. Malaussène, les estaré haciendo un favor que me lo agradecerán durante una buena temporada; el tiempo que tarden en acabar los seis libros de la saga, el último publicado en 1998 en Le Nouvel Observateur.

Humor, en muchas ocasiones negro, cierta intriga, y sobre todo una manera de escribir original, fresca y directa, que recrea un universo, el de la nada convencional familia Malaussène y su perro epiléptico Julius, en el periférico y multirracial barrio parisino de Belleville, hacen de estas novelas publicadas en España por la colección Debolsillo , una auténtica gozada y una sorpresa absoluta para quien se encuentra con ellas por primera vez.

Aunque se pueden leer sin un orden cronológico, sí que es recomendable al menos comenzar por la primera “La felicidad de los ogros” para poder ir degustando poco a poco los personajes y disfrutar ordenadamente de esos maravillosos silencios atónitos de Benjamín y de sus pensamientos que nos trasladan muchas veces a situaciones jocosas no explicitadas en el texto. Verdadero humor inteligente nacido del error en muchas ocasiones. ¿Acaso hay mejor regalo que la recomendación de alguien en quien confie de una lectura ajena a promociones y campañas publicitarias?. En ese sentido, confie en mi, hágase un regalo y déjese atrapar por la troupe de Malaussène!


Volver

Lunes 1 de noviembre de 2010


Santos Yubero, intrahistoria fotográfica

G.Garteiz

La fotografía es sin duda el testimonio, muchas veces artístico, del quehacer del siglo xx, y en gran medida del registro “vivo” de su intrahistoria.. Quizá en la centuria actual, de la que no ha transcurrido una década, haya pasado el testigo al vídeo como consecuencia del prodigioso avance tecnológico vivido, que ha puesto al alcance de la masa social la herramienta para capturar imágenes en movimiento.
La crónica gráfica del reportero Santos Yubero que nos presenta la Comunidad de Madrid en la sala de exposiciones sita en Alcalá 31, es una clara muestra de la potencia didáctica y emocional que contiene la buena fotografía. Uno puede verla y entender mejor la historia reciente de España, reafirmarse en sus principios y sobre todo confirmar la validez del argumento estético en defensa de una ética, que rara vez ha ganado la batalla.
El posado en las fotografías de Cubero dice mucho, incluso etnográficamente. Su selección nacional de fútbol, con los miembros de la roja vistiendo de paisano, delata por ejemplo a los vascos, todos con una bien lucida boina. La carnicería en el Matadero, una fotografía que hoy sería considerada políticamente incorrecta por muchos, muestra el paso del ritual del sacrificio a la rutina del matarife. Los protagonistas se recrean en la epifanía en torno al jamelgo desollado.
Los jóvenes retratados por el reportero son viejos como los de entonces, los quintos de 18 años llevan en la cara una vida currada en demasía, y serán los mismos mayoritariamente analfabetos y parias que morirán poco después en una guerra fraticida. La cuadrilla de borrachos,recién enterados de su cruel destino de milicia, tres años de entrega a una Patria que cambiaría de significado tras la guerra, recoge fielmente la crueldad de la leva forzosa (uno de los mozos lleva prendado un cartón en la solapa con el nombre del fatal destino:África).
Algunas imágenes de milicianos dicen mucho, porque en contra de lo habitual, se les muestra patrullando en el mundo rural. El campesino que esgrime la hoz y el martillo es un ecce homo curtido por el sol, en pleno orgasmo. Las columnas de estos hombre armados por los caminos polvorientos extremeños asemejan las guerrillas de Hispanoamérica. La alegría de la liberación republicana ya anticipa su incredulidad, y su fatal desenlace: fusilados en las cunetas.
Memoria histórica,y mucha, contiene esta exposición. Aquella que recuerda el interés de la República por redimir a un pueblo atrasado, donde se ve con naturalidad una caravana de traperos y unas condiciones insalubres de trabajo, sólo superables con alcohol a discreción, véase el obrador de Viena Capellanes.
El facineroso golpe de Estado que desencadenó la guerra civil estaba cantado, anunciado avant la lettre en las fotografías de Cubero. La tenebrosa estética fascista de un grupo de elite, Ruiz de Alda, Fernández Cuesta y José Antonio, con camisas negras y abrigos gruesos de solapa ancha, son precursores del cine negro, de gangsters. La capilla ardiente de Calvo Sotelo ya anticipa la cruel vendetta. El fascio acompañado por esa Iglesia trentina sin alma también retratada.
Franco, escoltado por la guardia mora, es el icono impuesto a las masas: no es un general, es el CAUDILLO. El autoritaritarismo es total: Vista Alegre en pie y los toreros en el ruedo, todos brazo en alta. El que se mueva no sale en la foto.
La guerra no ha dejado más que ruina y desolación. Una muestra: El paseo hasta la plaza entre adoquines mal puestos de dos novilleros por un pueblo mísero en el que las mujeres , de negro, se sientan a un lado, y los hombres charlan de pie en el otro. Siempre dos españas, también de género. Unos años antes, Cubero retrata a las elites feministas en una conferencia celebrada en el Liceo Francés, un fiel reflejo del impulso de la República a la liberación de la mujer.
Hay una joya del Cubero paparazzi, retratista de famosos, que es digna mención de la España negra, cruel, esperpéntica: Manolete, vestido como un gran Gastby pasado por la Costa Azul, con su aspecto de yonqui refinado, pasea por un pueblo rodeado de fans, desdentados y malnutridos hijos de la miseria de la posguerra.
La picardía del fotógrafo artista se nos revela en el cruce de miradas mientras se estrechan las manos de Luis Miguel Dominguín y una bella monja que le atiende en un hospital donde se mejora de una cornada. Su punto artístico, en un contrapicado de obreros trabajando en los Nuevos Ministerios, que recordará a las famosas de Charles Ebbets de albañiles temerarios en la construcción de rascacielos de Nueva York.
Cubero no perdió en ningún momento facultades. Uno de sus últimos disparos lo hizo en el velatorio de Franco. Allí captó la mirada pavorosa de dos mujeres, la viuda Carmen Polo y su hija, que “huyen” del dictador muerto, como dos cucarachas, alejándose de un fin de época que sus ojos patéticos ya revelan sin duda alguna.

Volver

Domingo 26 de septiembre de 2010




Carancho, cine policíaco sobresaliente, revelador de la crisis social y la tragedia humana

G.Garteiz

La última película del realizador argentino Pablo Trapero, que encabezan el admirado Ricardo Darín y una imponente Martina Gusman, es una película que bajo el ropaje del género policíaco, narra una tragedia de seres perdedores, no de parias, en la que fuera una sociedad opulenta como Argentina, cuya decadencia es mostrada con un realismo acongojante por la cámara de Trapero. Rodada para que se luzca el montaje, al uso del sello estadounidense, pero con la huella del cine noir francés (es una coproducción franco-argentina), Carancho nos desvela la realidad de la enajenación burguesa que desenmascara el declive de la opulencia, hoy en Argentina y, mañana, quizá, en España.

La pareja protagonista, un abogado sin licencia y una médico yonqui, necesitados de amor y cariño, perdidos laboralmente en un habitat social, que deja poco lugar para cualquier relación que no sea la del interés mutuo material, se convierte en la víctima de una tragedia, sin final feliz, con lo que la narración consigue remover las conciencias, devolviendo al cine el poder inmenso de persuasión que encierra.

La enseñanza de la riqueza de otro léxico español, el argentino, es un plus añadido, no baladí, para recomendar esta sobresaliente película, con una excelente interpretación secundaria, muestra del gran talento teatral argentino.

Volver


Domingo 19 de septiembre de 2010


El Americano no dejará huella en el cine negro

G.Garteiz

No se fíen de las apariencias. El cartel comercial de la película “El Americano”, que se asocia con las de los primeros 007 es, una vez más, engañoso, y el señuelo continúa durante la primera secuencia rodada en un hermoso paraje sueco. La acción que denota la imagen de George Clooney corriendo pistola en mano tampoco caracteriza a esta película. Lo que no faltan son mujeres hermosas, con la bellísima actriz y cantante italiana Violante Placido, dando la réplica al guapo actor estadounidense.

La película del director holandés Anton Corbjin, quien procede de la fotografía, a la que da protagonismo a través de la impostura profesional del protagonista, tiene detalles interesantes, momentos bien logrados y una buena interpretación de los actores, pero resulta excesivamente frío, minimalista y artesanal. No consigue enganchar al espectador, lo cual en el cine negro es imperdonable.

Los caminos que el guión ha preparado para el encuentro y la confrontación existencialista de los personajes tampoco terminan de ser convincentes: ni los diálogos confesionales del cura italiano con el sicario, ni los propios de gentes del hampa, en esta ocasión diríase que posmoderna, y menos aún los que resultan del amor, que anticipa la redención de la prostituta y el asesino, tienen la calidad y retórica que se exigen a una película de corte intimista como la de Corbjin.

Bien trenzada está la música que acompaña a las imágenes y el papel sonoro que juegan los ruidos propios de los objetos puestos en escena, especialmente los mecánicos del montaje de las armas.

El tirón de George Clooney y el importante esfuerzo comercial han conseguido unas elevadas expectativas de audiencia, que el boca a boca irá rebajando. La película no deja huella, pero tampoco es rechazable como pasatiempo.

Volver


Domingo 5 de septiembre de 2010

Bright Star, cine que brillará siempre

G. Garteiz

Nada mejor para acostumbrarse al nuevo curso que volver a las costumbres de ocio de las estaciones que se avecinan, y entrar con buen pie, gozando de la película Bright Star de la directora neozelandesa Jane Campion. La obra, con una rotunda y agradecida ambición artística, consigue envolver al espectador en un sueño de imágenes bellas, casi táctiles, que emocionan y conmueven como lo ha hecho siempre la buena poesía, romántica en la propuesta del guión formidablemente puesto en escena por esta cineasta, integrante del Olimpo de Cannes, desde que obtuviera la Palma de Oro hace 17 años por su Lección de Piano.

Es una película que impone una intachable femineidad estética; la elección del bordado y el cosido como exaltación poética, mostrada en unos inolvidables fotogramas iniciales, está reservada exclusivamente a la sensibilidad femenina. El mérito de Campion es que aún trufando todo el relato fílmico de homenajes al mundo de la mujer, y mostrando el patetismo del carácter misógino, encarnado en esta ocasión por Brown, el celoso mentor del poeta John Keats, redime al hombre, a través del amor y la poesía que encierra, sin ninguna sensiblería; un amor correspondido, pero fatalmente imposible en la Inglaterra clasista y capitalista sin piedad de comienzos del XIX.

La directora consigue hacer un film biográfico del poeta romántico inglés Keats, dando sin embargo el principal papel a la actriz Abbie Cornish, tocada y envuelta en un aúrea y una belleza que recuerdan al retrato renacentista, y que borda su representación mediante la encarnación de los versos románticos de su amado. La película consigue una identificación plena de la expresión del poema con la narración cinematográfica, demostrando una vez más la capacidad del cine para encantar, ensoñar, desvelar y revolucionar los sentidos y las conciencias.

El formidable talento de esta cineasta se aprecia igualmente en la exquisita muestra que ofrece al espectador de una fantástica niñez, añorable siempre, a la que da cuerpo una niña actriz adorable. Como ha subrayado el crítico J.O. en el diario El País, hablamos de “una joya del romanticismo, una joya del cine”.



Volver